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martes, 6 de septiembre de 2011

Primeras horas en Japón

Siento escribir con tanto retraso, pero mejor tarde que nunca.
Hace ya más de medio mes que volví de Japón, y la verdad es que lo echo muchísimo de menos. Escribiendo ahora, puede que no sea tan detallista, pero podré recordar los buenos momentos que pasé allí.

Desde el primer momento en que pisé el suelo nipón mi corazón empezó a latir con fuerza, y empecé a sentir que mi sueño se había cumplido por fin, aunque a saber cuándo fue eso realmente... ¿Cuando pisé la plataforma que me lleva al aeropuerto después de bajar del avión? ¿Cuando salí de esa plataforma y pisé el aeropuerto? ¿Cuando pisé la primera superficie de tierra? En cualquier caso, es una sensación difícil de describir. Como ya comenté en la entrada anterior, después de eso, pasé todos los controles y me arrebataron el delicioso jamón que había llevado, pero por todo lo demás ningún problema. Entonces me encontré con Yuri (由里) y su padre, Takeshi (健史), que habían ido al aeropuerto a buscarme. Desde el principio me llevé bien con todo el mundo, por suerte, y me trataron genial durante todo el tiempo que estuve allí. Agradezco enormemente a Yuri y todo el esfuerzo que hizo durante esas tres semanas para hacer que me lo pasase en grande, y lo cierto es que lo consiguió. Salimos del aeropuerto. Yo disfrutando de cada momento: escuchando los anuncios de los próximos vuelos en japonés, mirando todo cartel lleno de kanji y de kana, mirando a los demás extranjeros que, al igual que yo, estaban en Japón, y me preguntaba cuáles eran los motivos que los habían llevado hasta allí. Tal vez negocios. Tal vez buscando cumplir un sueño, al igual que yo. Tal vez simple turismo, puede que llevasen tiempo queriendo ir, puede que sólo fuese una elección aleatoria. Quién sabe. Había mucha gente. También me fijé en todos los japoneses que estaban allí. Era una sensación maravillosa.

Llegamos al aparcamiento, estaba muerto de los nervios, y hablaba con Yuri con un tono de emoción que no podía contener. Me resultaba difícil hablar en japonés, así que me ayudaba mucho del inglés. Recuerdo que envié un SMS sin sentido a mi familia, y que creo que no interpretaron bien. Les puse algo así como: "gsydtfasjydtfahytrfaydtfajfblkdsugfysudgf!!!!!". Me parece que mi madre pensó que, al enviarlo desde tan lejos, los caracteres se habían descodificado en el proceso de transferencia o algo así y que en realidad había enviado un mensaje coherente. Aunque lo que yo quería transmitir era que estaba tan nervioso, tan emocionado que ni me salían las palabras. Como ya he dicho, mis sentimientos de aquel momento son difíciles de describir con palabras.

Llegamos al coche. Un coche enorme, de siete u ocho plazas, en el que nos montamos y pusimos rumbo a la ciudad de Ōsaka (大阪), saliendo del Aeropuerto Internacional de Kansai (関西国際空港) (Me encanta eso de poner las cosas en japonés con la escritura real, lo siento. No puedo evitarlo). Eran las cinco de la tarde pasadas, y en Japón ya estaba poniéndose el sol, con lo que vi mi primer atardecer en aquel país, sobre el mar, que podía avistarse desde la carretera en toda la ruta que llevaba del aeropuerto a la ciudad.


自動車の窓から海が見えた。めっちゃきれいやったで!


Antes de ir a la casa nos pasamos por un súper mercado para comprar algunas tonterías (chuches y cosas), donde compré mi primer dorayaki (どら焼き). Lo primero que me llamó la atención fue la cantidad de bicis que había aparcadas en la entrada (y eso que era de noche, algunos días más adelante flipé más), aun sabiendo que en Japón es normal ir en bici a todos lados. Y es una costumbre de allí que me encanta, aunque hablaré de esto más adelante. Cuando entré en el súper mercado empecé a flipar. No sólo porque disfruto leyendo todo tipo de carteles en japonés para practicar mis kanji y demás, es que también había una gran cantidad de cosas que no conocía. Siendo sincero, no conocía más de la mitad de los productos. Otra cosa que me llamó la atención en los súper mercados: los carritos. En Japón, o al menos en Ōsaka, ninguno de los carritos que vi tenía cestas y eran muy pequeñitos. Tú cogías las cestas y las metías en el carro, pudiendo meter hasta dos. Y claro, no había necesidad de meter monedas porque, aunque sea un sistema anti-robo un poco estúpido (por 1€ puedes agenciarte un carrito, si eres un chorizo), allí la gente confía en la gente, lo cual es algo que se agradece enormemente. Eso sí, traduciendo de yenes a euros en ese momento (hasta que logré acostumbrarme a los yenes, que no me resultó muy difícil porque es fácil calcular un equivalente aproximado), empecé a darme cuenta de lo caro que es Japón. Y, habiendo pasado allí poco más de tres semanas, lo corroboro: prácticamente todo es carísimo.

 Algunas bicis aparcadas a la entrada del súper. No parecen muchas, pero había bastantes más. También hay que tener en cuenta que era por la noche.


Anguila (うなぎ). Qué feliz estaba a su lado antes de probarla... Luego no quería ni acercarme.

El carrito de la compra con todas las chorradas que compramos.

Volvimos al coche y pusimos rumbo a la casa de Yuri. Su casa era uno de estos apartamentos japoneses pequeñitos, en un recinto con muchos otros apartamentos, cada uno con el nombre de la familia en la puerta, y con un toque algo viejecillo. Para subir a las plantas de arriba había un ascensor, pero también unas escaleras de caracol muy cucas. A mí me gustó mucho, me pareció bastante japonés (no tradicional, pero japonés al fin y al cabo). La casa por dentro también me encantó. Pequeña pero acogedora. Al entrar tenía el típico zapatero para dejar los zapatos (¡ya lo sabréis, pero en la mayoría de las casas japonesas no se puede entrar con zapatos!). Lo cual para mí es un gustazo, porque yo siempre voy descalzo por mi casa, y allí tenían el suelo como los chorros del oro. Te descalzabas y pasabas por un pequeño pasillito en el que encontrabas varias puertas: una habitación (donde dormí yo todas las noches, salvo la primera), el baño y el váter (en habitaciones distintas). Luego llegabas al salón-cocina, donde había una gran mesa a la que uno se sentaba en el suelo, como buena casa japonesa. Al lado del salón había dos habitaciones con tatamis, en las que se dormía de lujo la siesta cuando hacía mucho calor y se ponía el aire acondicionado. Muchas tardes me las pasé sobre el tatami estudiando japonés. Además, el suelo de las demás habitaciones no era tatami, pero era como una simulación de madera, pero blandita, con lo que podías tirarte en el suelo sin hacerte daño. Era bastante cómodo eso de poder tirarte donde te diese la gana a ver la tele o a leer manga.

En la casa estaban la madre de Yuri, Aya (綾), y su hermanito pequeño, Kazuya (一也), a quienes cogí muchísimo cariño, y creo que ellos a mí también. Toda la familia era súper simpática y amable conmigo, y me hicieron sentir como en casa. Como se dice en japonés, eran muy あったかい (cálidos), cosa que ya me dijo el fotógrafo italiano que me encontré en Madrid sobre la gente de Ōsaka. Ya tuve que enfrentarme al Ōsaka-ben (大阪弁 Dialecto de Ōsaka) en el coche hablando con Takeshi, pero esta vez más, ya que sólo Yuri hablaba en inglés. Sabía algunas cosas de este dialecto, pero aprendí un montón mientras estuve allí, y también hice mucho oído. Aunque es algo más difícil de entender que el japonés estándar ya que, a mi parecer, hablan más rápido, con acento y además cambian algunas palabras y estructuras. Las chicas solían hablarme despacito para que me enterase bien, aunque los chicos no se esforzaban mucho en eso, y me costaba más entenderlos. Yo creo que no se daban cuenta.

El pasillo de delante de las casitas y la escalera de caracol.

 La zona en la que vivían.

 El salón con su súper televisión, su mesa para comer y su suelo blandito.

Después de conocerlos a todos, de dejar mis maletas y descansar un rato, fuimos a cenar a un kaitenzushi (回転寿司), que consiste en platitos de sushi dando vueltas alrededor de la mesa, y tú coges los que te parezcan más apetitosos. Cuando llegamos no había sitio para comer, así que nos sentamos en la zona de espera y esperamos a que saliese un cliente para poder sentarnos nosotros. Esto allí es bastante normal, y lo he visto en muchos restaurantes: siempre hay una zona para esperar tu turno sentado cuando el restaurante está hasta la bola. En la mesa había un panel táctil por si querías pedir algún plato en concreto. Había una variedad increíble, y tú hacías tu pedido (注文) y al poco tiempo lo veías pasar por la cinta. Me hicieron pedir unos cuantos a mí, que estaba al lado del panel táctil, y así comprobaron que sabía leer algo de japonés. Al principio, cuando ven que puedes leer se flipan, pero cuando ven que puedes leer kanji se flipan más aún. Y uno se siente no-analfabeto, lo cual está bien, supongo. 
Al terminar de comer, metías los platos por una ranura que había en la mesa, y te iban contando los platos. El precio dependía del número de platos, como es lógico. Recuerdo que nosotros nos comimos 33 en total (33枚), y creo que prefiero no pensar en el precio, aunque creo recordar que eran unos 100 yenes por platito. Un poco caro, sí. Otra cosa graciosa era que al introducir un determinado número de platos, en la pantalla salía como una ruleta. Si tenías suerte, te tocaba un premio, que era como de las máquinas estas de chorradas dentro de bolitas de plástico transparentes. ¡Y tuvimos suerte, vaya! 
Aquí vi por primera vez una de las cosas que más me gustan de los restaurantes japoneses: la bebida es gratis, al menos, el agua y el té.

Yo con mi careto cogiendo un plato de sushi de... Está bien, no sé de qué es. Tenía mayonesa, parece.

Kazuya, Takeshi y Aya. 一也と健史と綾。

 Yuri y yo. 由里と僕。

Vale, sí. Ahí pone que cada plato cuesta 100 yenes, y con IVA incluido 105.

Al terminar de comer volvimos a la casita a dormir, ya que yo estaba muy cansado por el viaje. Me prepararon una de las habitaciones con tatami para la primera noche, aunque luego me fui a otra (porque hacía menos calor). Esa noche pasé un calor horroroso, y no podía dormir si no era con el ventilador encendido (menos mal que Yuri me dejó uno, que si no me muero). Pero el futón (布団) era muy cómodo, ¡y por las tardes con el aire puesto se dormía de lujo! Eso sí, antes de irme a dormir les di todos los regalos que les había traído desde España, que les gustaron bastante, con lo que me quedé muy contento.

Abriendo los regalos. Una de las habitaciones con tatami al lado del salón.

La habitación en la que pasé la primera noche, con el ventilador que me salvó la vida.

Y bueno, gracias a todo el que haya leído esta tocho-entrada. Sé que es muy larga, pero quiero contar toda mi experiencia con todos los detalles de los que me acuerde, y mostrar a la gente la experiencia que viví al viajar a Japón de esta forma.

読んでくれてありがとうございます!

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